24/3/08

Egon Erwin Kisch - Mis tatuajes

Mis tatuajes
(Fragmento)

Mi amigo Heinrich, a quien cuarenta trifulcas y treinta y cinco partidas de puñal le han convertido el rostro en una cuadrícula, el cráneo en un plato de carne molida y el cuerpo en el apéndice ilustrado de un manual de cirugía; mi amigo Heinrich agita la susodicha carne molida despectivamente cuando me ve semidesnudo frente al lavamanos. "¡No puedo entender –dice– cómo uno puede dejarse hacer eso!"
También el funcionario de correos pensionado Anton Schißling, que sufre de cargo de conciencia por haberse equivocado alguna vez en quince céntimos al cobrar por dos estampillas, piensa que mis tatuajes son un gran error. Me advierte en el baño turco que jamás se mandaría a hacer algo así. "Si alguna vez matara a alguien, o algo por el estilo, cualquier policía del mundo me reconocería gracias a esas cosas".
Y lo mismo sostiene "Willy-labio leporino", que sí tiene que ver con la policía (fue condenado a dieciocho años en total por falsificación en Roma y Estocolmo, estafa en Nueva York y por hurto y desfalco en Berlín). Cuando se acerca cojeando –por suerte se puede escuchar desde la distancia su pie deforme golpeando contra el pavimento, y el lunar en su mejilla brilla a cincuenta metros–, me largo de inmediato, pues se burla de mí todo el tiempo: "¡Ja! No soy tan tonto como para ponérsela fácil a la policía haciéndome un tatuaje".
El comandante de mi compañía, que desde el día de su nacimiento lleva colgado del cuello un medallón a modo de amuleto, no podía comprender que uno se tatuara. "La sola idea de llevar la misma cosa pegada al cuerpo toda la vida me volvería loco".
Y mi amiga Lu incluso posee máximas universales. "Uno no debe jugar con el cuerpo que Dios le dio". Y lo dice mientras arruga su guapa nariz achatada, por la que el año pasado pagó al cirujano Josef ciento cincuenta dólares sin el menor escrúpulo; y le parece un escándalo que el médico de la Charité le cobrara cinco marcos por agujerear los lóbulos de la orejas de su hija…

Mi primer tatuaje ya es viejo, y su tema llamó bastante la atención en su momento, si bien soy por completo inocente al respecto. Me hallaba bajo detención militar, encerrado junto a un litógrafo que se ofreció a tatuarme una naturaleza muerta en la espalda. En realidad me talló el retrato idéntico del coronel, mientras éste, con la lengua afuera y de cabeza, me resbalaba por la espalda, hacia abajo, muy hacia abajo… Mi compañero de celda me aplicaba sobre el espinazo su propio sueño privado, y yo no caía en cuenta del engaño. Los otros prisioneros se doblaban de risa por mi candor, rodeaban al artista y repetían una y otra vez que qué bien lograda estaba la botella de vino, qué auténtico el asado, el florero. Cuando el trabajo estuvo listo, lamenté no poder contemplarlo; por desgracia no había un espejo en nuestra celda. En la noche, el cuadro se hinchó tanto –en vez de tinta, el litógrafo había usado betún– que tuve que ir a la enfermería del regimiento. El médico de turno reconoció de inmediato la imagen del retrato e hizo la denuncia. Mi declaración de que yo no tenía la menor idea de lo que se tatuaba a mi espalda (y sobre ella), no fue realmente tomada en cuenta. Tampoco el litógrafo podía negar que el infeliz que, colorado e hinchado, saludaba desde mi piel, era nada menos que el Señor Coronel. El coronel mismo se encontró tan parecido y se puso tan furioso, que sufrió un ataque allí mismo. El Tribunal me declaró inapto para oficial y prologó la detención.
Muy pronto, sin embargo, me tuvieron que dejar en libertad, pues el coronel murió y se necesitaba un retrato para las exequias; no se pudo encontrar ninguno, aparte del tatuado sobre mi espalda. Me pararon sobre la cabeza mientras un pintor copiaba la imagen. La copia fue un fracaso. Y cuando a la viuda le entraban ganas de ver el cuadro del difunto, me buscaba, besaba los rasgos adorados y los cubría con sus dulces lágrimas...

* Por la traducción: Copyright / Derechos reservados de autor HDCA

* Ilustración: Christian Schad -
Der Reporter Egon Erwin Kisch

1 comentario:

Tomás dijo...

Gracias por la traducción. En lengua castellano andamos bastante cojos de Kisch.

Tomás